Por Koke González
Las chisteras siempre han tenido un efecto de atracción hacia el público, sobre todo menor, muy importante. Era ver una sobre un escenario y saber que de ella iban a salir un montón de objetos: un conejo, pañuelos sinfín, percheros, y así una innumerable cantidad de piezas que guardaba en sus entrañas infinitas. Sí, infinitas porque las chisteras, como todos sabemos no tienen fondo. Los magos eran dioses para los niños. Internamente sabíamos que no podía ser posible pero siempre caíamos en la irresistible sensación de lo imposible, de lo mágico.
Los magos eran (y siguen siendo) trabajadores de la más estricta legalidad. No porque pagaban escrupulosamente sus impuestos, sino que a la petición de voluntarios que les prestase un billete, y después de un Abrakadabra bien dicho que continuaba con la desaparición del dinero, volvía a reaparecerlo y rembolsarlo a su dueño legítimo.
Hoy los magos están tristes. El intrusismo ha llegado a su profesión. Políticos, empresarios, trabajadores, todos se han subido al tren de la competencia desleal, siendo Cangas del Narcea, con lo pequeño y despoblado que es y está, un ejemplo de lugar donde ningún mago volverá a mostrar su buen hacer, ante el mal obrar de sus gentes. No hay chistera sino arca, no hay conejo, no hay percheros ni pañuelos. Su único truco está en pedir al público billetes para hacerlos desaparecer en el arca, también prestada. Y las entrañas del arca se lo tragan…pero no vuelve, ni en billete ni en especie. Simplemente desaparece.
Es el truco de la malversación de caudales y falsedad documental, que en Cangas ya va por su tercer acto, el que implica esta vez a miembros de la policía local. Esto ya parece la Gran Vía madrileña donde los espectáculos están en cartelera meses, incluso años, y cada noche siempre hay algo nuevo en ellos. En los teatros madrileños las novedades suelen ser motivos de improvación. En Cangas, de momento, está en el elenco de actores, cada vez más amplio. ¿Qué nos deparará el cuarto acto? Se admiten apuestas.