Por Koke González
Qué gran dicho es el que sentencia que “la cara es el espejo del alma”. Esa cara que nos dice quienes somos. La historia se recuerda por lo que alguien, alguna vez, dejó escrito, y allí donde nos falta la grafía o como complemento de ésta, hallamos las obras que desafiando al inexorable paso del tiempo, nos alcanzan en la línea cronológica, y consciente o inconscientemente sabemos que nos sobrepasarán. Esas eternas creaciones ponen rostro y alma a las civilizaciones, a los pueblos y a los individuos. ¿Quién no se sorprende ante las piedras griegas y romanas, por ejemplo?. Mil veces he oído que templos y espacios tan majestuosos u obras de ingeniería tan soberbias como acueductos y puentes hablan de un pueblo rico y de un pueblo culto. Esa cara que nos muestra cada monumento parece reflejar el alma de aquellos que vivieron su construcción.
Ahora miro la cara, el espejo de nosotros, los cangueses, y no hallo más que ruina, de un vivir al día, casi al límite, tapando cada agujero con un nuevo remiendo. La imagen proyectada en nuestro espejo dice de nosotros que llevamos ya varios años caminando a la deriva como alma en pena. Nuestra cara dice ruina, nuestra cara es nuestro puente, el colgante; y nuestro puente es nuestra alma, anclado al vacío por frágiles hilos ante la desidia del pueblo y quien lo representa. Y es que un pueblo sin cultura es un pueblo muerto; y el Puente Colgante es cultura que no se puede dejar caer, como cultura es la maltrecha obra escultórica de Fernando Alba que bajo él muestra la cara avergonzada de todos nosotros.
Pero aún tenemos salvación para nuestra alma, tiempo para recuperar el color en nuestro rostro y aprender que quien maltrata, ya sea por obra u omisión, nuestra cultura está maltratando nuestro ser. En febrero han dicho que el Puente Colgante lucirá como nuevo; y se han instalado tablones publicitarios cerca de, y no en la obra del escultor salense. Por una vez en la vida ha entrado un soplo de sensibilidad cultural en el viejo caserón de los Condes de Toreno, porque el urbanismo no tiene por qué responder ser siempre a embrollos y suspicacias. Así que: ¡Viva la cultura!
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