Por Koke González
Uno suele ir al diccionario muy a menudo, sobre todo a solventar dudas, más que a ojearlo porque sí. En el último año, el manoseo de sus páginas ha sido importante. A cada día se le iba sumando una nueva consulta. Buscas las palabras, en este caso, no porque no sepas lo que quieren decir, sino para saber a ciencia cierta lo que dice la Real Academia Española. Cuando ves a un político llevar una chuleta escrita en su mano, piensas: tramposo, pero claro tampoco es que estuviese haciendo un examen, por lo tanto no es un embustero…pero ¡quizás sí! Pues la casualidad de tener escrito en su palma un tema concreto ante una pregunta del público sobre ese mismo tema (por cierto un público que se supone no sabe por dónde va a salir), siembra la sospecha de amaño, en definitiva de trampa de tramposo.
Cuando un candidato a presidente dice que no va a subir impuestos, que la sanidad no la toca, que la justicia no la toca, que la educación no la toca, que los servicios sociales no los toca, las pensiones no se tocan y hace todo lo contrario, entonces uno piensa: mentiroso, que no es lo mismo que embustero, puesto que el segundo disfraza la mentira con artificio, mientras que el primero acostumbra a mentir simplemente. Y así hemos escuchado en el último año tantas mentiras como puntos tenía su programa electoral. Aún uno recuerda cómo dicho partido llegó a presentarse ante los ciudadanos como el partido del pueblo, de los trabajadores. Aquí volvemos a observar la mentira, como mentira observamos en un anterior presidente que negó la crisis y vio brotes verdes cuando el tsunami comenzaba a envolvernos.
La mentira está tan arraigada en la cultura española que hace que obras como Historia de la Vida del Buscón llamado Don Pablos y El Lazarillo de Tormes, las tengamos como hitos de nuestra literatura. Quizás por eso la mentira en la política tenga tanta presencia.
La mentira…y la hipocresía, puesto que hipócrita es el “que actúa con hipocresía”, es decir, “fingiendo cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen”. Hipócrita es ver a un partido político de derechas, conservador y neoliberal (que no liberal) diciendo que defiende a los trabajadores; como hipócrita es ver a los partidos de izquierdas exponer unos presupuestos autonómicos, uno, y apoyarlos, otros, donde se adelgazan partidas muy vinculadas a los servicios esenciales para la ciudadanía, mientras se incrementan en un 14,5% las asignaciones a los diputados, un 4% las destinadas a los asesores, y un 11% las consignadas para llenar las arcas de los grupos parlamentarios.
Ahora ya saben cómo funciona el sistema. Si quieres ganar unas elecciones, la derecha se ha de disfrazar de izquierda y la izquierda sacar a bailar su ideario teórico. Lo que pasa es que de izquierdas no sólo hay que serlo, sino parecerlo.
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