Por Koke González
Cada vez estoy más convencido de que debemos dar gracias a la fortuna y al destino por vivir en un concejo de apenas 14.000 habitantes. Muy grande en extensión y paisaje, cierto, pero pequeño en paisanaje (siempre cuantitativamente hablando, claro está). De haber nacido y vivido en un overbooking poblacional, con cientos de miles o millones de personas, y superávit de riquezas ya nos habríamos autoaniquilado. Si tenemos apenas 14.000 almas, una hucha con telarañas y un territorio sin expectativas (y no porque no las tenga sino porque no hay apuesta); y aún así, somos capaces de enzarzarnos en absurdos litigios de déjame ver esos papeles, no me da la gana, toma: aquí los tienes, ahora ya no los quiero, voy y te denuncio, págame el abogado, no me da la gana, pues te embargo. Y sí, digo que nos enzarzamos, en primera persona del plural, donde estamos usted que lee esto y yo que lo escribo, porque a fin de cuentas, para mal o para bien, nos representan. Si nuestros políticos son capaces de no mirarse a la cara, de mantener una relación de odio que trasciende lo meramente profesional adentrándose de lleno en lo personal, si carecen de algo básico en la vida como es la educación y el respeto, está claro que según dicta la Democracia, dice de nosotros mismos, los vecinos de Cangas, que mantenemos entre nosotros una relación de odio que se adentra en lo personal, que no somos capaces de mirarnos a la cara, que somos unos irrespetuosos y unos maleducados. En pocos años se ha pasado de oír “a mí la política no me interesa” a dejar de hablar al vecino porque no comparte tus, o no compartes sus ideas. Hemos cambiado nuestras escalas de defensa de la comunidad en la que nos ha tocado vivir, donde la ideología y el interés político personal ha desbancado a la amistad (no confundir con amiguismo) y a la vecindad.
Y retomando mi primera reflexión, esto ocurre en un concejo de apenas 14.000 habitantes, sin futuro (y no porque no lo tenga sino porque no hay apuesta, y aún digo más…no hay apuesta colectiva); esto ocurre en un municipio seco en vida. Si esto pasa aquí y ahora, ¡Qué no haríamos si nuestra tierra fuese un potosí con el que especular!
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