viernes, 2 de diciembre de 2011

De Olimpiadas por Cangas del Narcea

No sé si a vosotros os ha pasado, pero he comprobado que caminar por Cangas del Narcea se ha convertido en toda una olimpiada. Gente, coches, mobiliario urbano, más coches, más gente, y todos con orejeras equinas en la cabeza. Nadie mira atrás, ni tan siquiera a un lado, y como los burros trazamos trayectoria con la vista hacia adelante sin importarnos quien asoma por la retraguardia. Por este motivo no es difícil encontrar a alguien regateando bolardos, emulando a Messi o Ronaldo contra un defensa central de puro acero; otros, los más hábiles, son capaces de zafarse en plena calle Mayor de la siempre correosa tercera edad que con una simple barrera de dos no dejan hueco libre para penetrar en su infranqueable área. Por no decir del frenazo inesperado sin retrovisores del señor que recoge algo del suelo o la señora que se acordó de repente que en el fondo de su bolso había no se qué objeto y que tiene que sacar ahora, en ese momento, sí o sí. Cuestión de vida o muerte. Un frenazo que hacen a uno adquirir los reflejos de un Sebastian Loeb, Vettel o Jorge Lorenzo para cambiar de carril de un volantazo antes de darte de bruces contra su espalda. Y si quieres adelantamientos imposibles, emoción a raudales, y humo a escape libre, eso sí malos humos, tu circuito es el puente colgante. Si te hacen un paralelo entre dos, entonces juegas al curling, esa especie de petanca sobre hielo. Cepillas por delante para arrimar lo máximo posible y apear a alguno de los contrincantes con un ligero golpe. Aunque también tenemos la posibilidad de vernos en la situación de tener que adelantar a una sola persona. Entonces la cosa es relativamente más sencilla, pero ya tienes que cambiar nuevamente de deporte. De repente te ves como Jordi Tarrés sobre su moto de trial, amagando, frenando, haciendo equilibrios a un lado y a otro del puente hasta encontrar el hueco suficiente por el que colar nuestra moto ficticia. Esta modalidad tiene sus grados de dificultad a tenor del número de bolsas de compra que lleva la persona que osamos adelantar. Por cierto, no probar nunca en horario escolar. Ahí la carrera está neutralizada.
Y es que caminar por Cangas no tiene nada que envidiar a deportes de élite como el trialtlón.. Quemas más energía paseando una mañana por la villa que en todo el día metido en un gimnasio. Sólo en pensar la estrategia a seguir para trazar la línea más recta posible entre origen y destino pone a funcionar nuestra mente y cuerpo hasta límites insospechados de actividad y torsión.
Y sabéis que es lo peor de todo, que la culpa la tenemos todos: los que frenan y los que intentan adelantar. Unos por no preocuparse nada más que de avanzar sin tener en cuenta lo que llevan detrás, y otros porque hemos perdido la buena costumbre de hablar entre nosotros. Estoy seguro que con un simple “disculpa”, “perdón”, o “me deja pasar por favor” seré capaz de cruzar el puente colgante a mi paso. Todo esto, junto con un “gracias”, prometo ponerlo en práctica.

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