Hay un síndrome que creo que es muy conocido
por el ciudadano en general. Me refiero al síndrome de Diógenes, aquel que hace
a quien lo padece, acumular de forma sistemática y enfermiza toda clase de
objetos y basura en su casa, con la que convive con aparente normalidad porque
como normal lo ve el enfermo que lo padece. Pues con el paso de los años estoy
cada vez más convencido que Cangas del Narcea padece de este mal. Sólo hay que
darse un paseo por sus calles para comprobarlo. El todo vale, sin cuidado ni
orden recorre cada esquina de la villa canguesa, en la que hace ya mucho tiempo
se dio inicio a un incipiente movimiento de decoro, que años más tarde se ha
transformado en un amasijo de objetos, de distinta procedencia y sin coherencia
estética. Uno recuerda el nacimiento de la Cangas de las bolas, bolardos esféricos que
cubrieron la villa de arriba abajo, para bien de los peatones.
Pasaron los años y la
preocupación por los peatones siguió, sin embargo, esta vez nacieron por cada
esquina y acera bolardos verticales cilíndricos, e incluso en algunos lugares
conviviendo en dudosa sintonía con sus hermanos mayores y rechonchos.
Ahí no queda la cosa. Hubo un
tiempo en que se decidió adecentar el parque de Los Nogales, con un resultado
más que discutible. Sin embargo no es éste el objeto a tratar. Con el arreglo se
decidió también, por el bien nuevamente del viandante, colocar unas barandillas
del paseo hacia el río; barandillas simples compuestas de tubos circulares. Con
el tiempo se desarrolló un plan de mejora de la otra margen y del cauce del
río, con pasarela incluida y barandillas también. Y nos encontramos nuevamente
con el caso bolardo, e incluso algo más sangrante puesto que no coincidían ya
no sólo en forma, sino en color con las viejas barandillas de Los Nogales, que
por supuesto se mantuvieron. Eso sí, aprovechando un campamento de verano, con
una mano de pintura roja, ¡arreglado!. Pero no son dos, sino tres los modelos
de barandilla, puesto que hace pocos años una de madera cierra lateralmente la
rampa de acceso realizada para acceder al río, lo que ya ha hecho de Los
Nogales todo un catálogo propio de cualquier almacén de bricolaje.
De la misma forma podríamos hacer
recorrido por las calles, las aceras, las jardineras, los bancos, farolas…y la última
gran adquisición de los Diógenes cangueses han sido las placas que muestran los
nombres de los rincones de la villa. Habiendo unas, con un modelo determinado,
un color determinado, una grafía determinada y un material determinado, resulta
que ahora se ubican, en ciertos lugares de Cangas del Narcea, otras, del mismo
material, pero con una grafía ya no igual sino parecida, un modelo no igual
sino parecido, y lo que raya el nivel más alto de síndrome de Diógenes: poner
la nueva placa, no sustituyendo la que había, sino compartiendo espacio con la
antigua. Así podemos leer: El Mercáu en la nueva placa de tamaño diferente y de
un azul menos marino de la que pone Plaza Conde de Toreno.
A nadie se le puede escapar que
el hábitat donde se vive forja la personalidad de morador; pues viendo lo que
está ocurriendo con la caótica estética de la villa canguesa, ¿Alguien se
sorprende de cuanto pasa en Cangas del Narcea?
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