Severino Fernández prepara este tradicional digestivo para disfrutarlo con familia y amigos
27.02.12 - 02:40 -
La palabra orujo remite a muchos a largas sobremesas regadas con un licor preparado en diferentes variedades. Pero, la primera definición que da la Real Academia de la Lengua traslada a otro tiempo, al de los productores de vino que no sabían qué hacer con los despojos de la uva, con el orujo. Pronto encontraron la respuesta. La destilación de estos elementos producía un licor blanco y fuerte que se ha convertido en un producto apreciado y que algunos siguen produciendo en su casa. Es el caso de Severino Fernández que, desde hace ya varios años, elabora una pequeña producción para consumo familiar y que se ha adentrado en este mundo atraído por las enseñanzas de amigos, grandes expertos en la elaboración de este licor.
Su aventura empezó hace unos quince años. Fue entonces cuando se hizo con una alquitara, el aparato de cobre con el que se destila el licor a partir de la uva ya machacada y fermentada.
Entre sus posesiones no figura, en cambio, una plantación de uva que le permita conseguir la materia prima con la que fabricar este producto. Así que, el proceso, comienza con un viaje a Cangas del Narcea. «Allí es donde compro el magallo (uva machacada). Creo que la traen de Valladolid», relata.
Tras más de tres meses de fermentación en una cuba regada también con mosto, se cuela la mezcla para quedarse únicamente con el producto sólido, la base del orujo. «En la parte de abajo de la alquitara se colocan los restos de uva con algo de agua o vino. Se coloca el quemador y se espera a que evapore», explica sobre este proceso artesanal en el que pone especial cariño.
Ese vapor que corre a través de la calabaza, la parte superior de la alquitara, será el que se deba enfriar para que la nube se condense y se ponga fin así a meses de espera. «Sólo hay que sacar el orujo a otro recipiente», apunta Severino Fernández.
El licor obtenido va perdiendo graduación a medida que se alarga el proceso. Para evitar estropear la mezcla, los primeros vasos se desechan. «Sale a 80 grados, así que se tira», explica.
Con el producto en la barrica, sólo queda embotellarlo, llamar a la familia y los amigos y disfrutar de este licor milenario elaborado a partir de un despojo convertido en tesoro
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